Tomar la decisión de emprender, la mayoría de las veces es un proceso más mental, que de tomar acción; más del “ser” que del “hacer”.
Es decir, muchas veces lo que nos limita a dar el paso (o los pasos) hacia el emprendimiento no son las tareas que debemos hacer para llevar a cabo nuestro negocio, sino los pensamientos con los que nos relacionamos durante este proceso.
Nuestros pensamientos y creencias son la forma en la que nosotros creamos nuestra realidad. Esta conversación interna hace que pongamos el foco de nuestra atención en aquellas cosas que reafirmen nuestra visión del mundo, dándole más valía entonces a las creencias que traemos. El problema aquí se genera cuando estas creencias y pensamientos se convierten en una limitación para tomar acción.

Partiendo de que “nada significa nada”, tanto el hecho de emprender como el hecho de no hacerlo significan nada por sí solos. Para que tengan algún significado es necesario generar una interpretación, y es en esa interpretación donde creamos nuestras verdades. Muchas veces esas “verdades” vienen llenas de pensamientos y conceptos asociados a éxito, fracaso, independencia, propósito, etc.
Un ejercicio que puede resultar revelador es tomar una hoja en blanco, trazar una línea en el medio y escribir de un lado “emprendimiento”, y del otro lado “asalariado”; a continuación, en cada columna escribe todo lo que piensas acerca de la palabra escrita arriba; cuales son tus creencias sobre ella, los significados que le das, y la conversación interna acerca de cada una. Ni intentes hacerlo con la mente, el ejercicio es escribir fuera lo que pasa en la cabeza, de esta forma podemos realmente escuchar lo que nos decimos y ver la fuerza que eso está teniendo.
La pregunta para responder es “¿me funcionan todos estos significados y pensamientos que tengo acerca de emprender?”.

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